Julienne Percy
Horas después, el sonido de la puerta del hospital abriéndose con brusquedad me despertó de un breve y perturbado sueño. Me incorporé con lentitud, el cuerpo entumecido por la posición y el alma pesada por lo vivido. La luz tenue del atardecer entraba por la ventana, tiñendo la habitación de un color ámbar melancólico.
Davian, que se mantenía de pie junto a la ventana desde hacía un rato, giró la cabeza apenas, sus ojos oscuros ya sabiendo quién era el intruso antes de que yo pudiera siquiera verlo.
—No deberías estar aquí —gruñó, su voz grave y autoritaria, pero Zaren no se detuvo. Apareció en la puerta con la camisa arrugada, el rostro desencajado y los ojos suplicantes clavados en mí.
—Julienne, por favor... —dijo, dando un paso hacia la cama.
Davian fue más rápido que un parpadeo. Se colocó frente a él con el pecho inflado y el ceño fruncido.
—Te dije que no estás autorizado a entrar —escupió, el tono bajo, amenazante.
—Déjalo entrar —interrumpí, con la voz áspera p