Julienne Percy
Despertar fue como salir a flote de un lago helado. Mis párpados pesaban y cada parte de mi cuerpo dolía, pero el corazón... el corazón latía con una angustia que me hizo jadear. Lo primero que hice fue llevar mis manos a mi vientre, como una madre que vuelve a recordar que lleva una vida dentro. Estaba allí. Mi bebé se movía. No con la energía de siempre, pero sí con la suficiente fuerza para calmar el temblor que se había apoderado de mis manos.
Una lágrima se deslizó por mi mejilla al sentir su pequeño empujón contra mi palma. Cerré los ojos por un segundo y volví a la superficie del recuerdo, como una película dolorosa: la oficina, los gemidos, Zaren, ese vampiro... el impacto del auto. Mi estómago se contrajo, pero no por dolor físico. Era una mezcla de traición, miedo y la herida abierta que se ensanchaba más con cada imagen.
—Estamos bien. Sanaremos y el cachorro está a salvo —aseguro Naseria.
Parpadeé, obligándome a enfocar mi mirada. Fue entonces cuando lo vi.