Julienne Percy
Han pasado cuatro meses desde que supe que una vida crecía dentro de mí. Cuatro meses desde aquella noche en que todo cambió. A veces me cuesta creer que ya estoy por la mitad del embarazo… que cada pequeño movimiento en mi vientre es una señal de que mi hijo crece, fuerte y ajeno al caos que lo rodeó al principio. Esperaba un embarazo lobuno de seis meses, pero al parecer tendré uno humano, la teoría de Leila es que no me encuentro en mi manada, no rodeada de lobos.
Y aunque no llevo tanto tiempo con Zaren, siento como si lo conociera desde hace más de lo que las semanas permiten. Ha sido un refugio inesperado, una presencia constante que no exige, que no presiona, que simplemente está.
Él y yo apenas llevamos casi dos mes compartiendo espacio, momentos, silencios y risas. Pero todo ha sido tan… natural. Me cuida sin invadir. Me observa sin juzgar. Me roba besos cada vez que puede, con ese descaro tierno que me desarma. Y aunque sus labios son una promesa que no se atr