Davian Taleyah
Una columna de humo se eleva hacia el techo, disolviéndose lentamente en el aire mientras exhalo con pesadez. El cigarro tiembla apenas entre mis dedos, sostenido con una familiaridad cansada. En la otra mano, un vaso de whisky reposa casi vacío, el ámbar del líquido reflejando el crepúsculo que se cuela por los ventanales de mi oficina.
La habitación ha sido redecorada, amueblada de nuevo con piezas elegantes y funcionales que reemplazan los destrozos de mi última crisis, pero por más que intenten darle un nuevo rostro, el aire sigue oliendo a desesperación contenida. Nada puede sacarme de la rabia que siento al perder a mi cachorro.
—¡Y mi omega! —rugió Kaemon, él era otro punto dolor de cabeza. Me daría muchos problemas ese estúpido reclamo, pero no podía hacer nada para evitarlo.
Han pasado dos semanas desde su desaparición. Catorce días desde que su aroma se extinguió como una vela bajo la lluvia. Catorce noches en las que Kaemon, mi lobo, aúlla inquieto, recorrien