El miércoles por la tarde, el teléfono de Isabel vibra. Es un mensaje de Jared.
Jared: Misión de mitad de semana: rescatar a la agente de una muerte por correos electrónicos. Conozco una pizzería clandestina que, según la inteligencia, te cambiará la vida. ¿Aceptas la misión? ¿Deseas que te busque o nos vemos allá?.
Isabel sonrió. La ligereza de él era un bálsamo. Pero no estaba lista para que supiera dónde vivía. Tecleó su respuesta.
Isabel: Misión aceptada, comandante. Envíame las coordenadas de la pizzería. Me reportaré allí.
Jared: Entendido, agente. La discreción es clave. Te envío la ubicación. 19:30 horas.
Esa noche, Isabel llegó a la dirección, no era un lugar elegante, era un barrio antiguo, lleno de edificios residenciales y pequeños comercios, y se detuvo frente a un local que apenas tenía un letrero. "Trattoria Bruno". Adentro, el lugar era un caos maravilloso: manteles de cuadros rojos y blancos, el ruido de las conversaciones rebotando en las paredes, familias riendo y el olor embriagador a ajo, orégano y pan recién hecho. Lo vio al instante, sentado en una mesa en un rincón, bebiendo una cerveza, observando el caos del lugar con una sonrisa relajada. Parecía pertenecer a ese sitio. Cuando él la vio entrar, su rostro se iluminó.
—Te lo advertí, es clandestino —dijo Jared, apartando la silla para que se sentara.
—Es perfecto —respondió ella, y lo decía en serio.
Pidieron una pizza para compartir y cervezas. Y en la normalidad de esa escena, Isabel descubrió a un nuevo Jared. No era el empresario imponente ni el comandante juguetón. Era el hombre que saludaba al dueño, Bruno, por su nombre, el que contaba historias divertidas de su niñez en un barrio similar, el que se reía a carcajadas de un chiste malo que ella contó.
Él la observaba mientras ella hablaba de su libro actual, no con la galantería de un hombre en una cita, sino con el interés genuino de alguien que quiere conocer su mente.
Esto es diferente, pensó Isabel mientras robaba una porción de su plato. Aquí, en este lugar ruidoso y sin pretensiones, es donde más real se ha sentido todo.
Cuando salieron, el aire de la noche era fresco. La acompañó por la calle hasta donde ella había aparcado su coche. Se detuvieron bajo la luz anaranjada de un farol.
La atmósfera cambió. La ligereza dio paso a una tensión cargada de anticipación. Él se inclinó, y por un instante, Isabel estuvo segura de que la iba a besar. Contuvo la respiración, sus labios entreabiertos. Pero él se detuvo a centímetros. Le dedicó una sonrisa suave, sus ojos brillando.
—Descansa, Isa —susurró.
Le dio un beso tierno, pero no en los labios, sino en la frente, casi rozándolos. Fue un gesto de una intimidad y un autocontrol que la dejó temblando.
Él se dio la vuelta. —Hablamos mañana.
Ella solo pudo asentir. Se metió en su coche, con el corazón desbocado, y lo vio alejarse por la calle en su espejo retrovisor. La promesa de ese beso no dado era casi más potente que un beso real.
El jueves por la noche, Jared la llamó. No fue una llamada planeada, solo un "iba conduciendo a casa y me apetecía escuchar tu voz". Hablaron durante una hora. Él le contó sobre una partida de golf desastrosa y ella sobre un cliente imposible. La conexión era tan real, tan fácil. Hacia el final de la llamada, él dijo casualmente: "Oye, ¿qué planes tienes para este fin de semana?".
El corazón de Isabel se detuvo.
—Ah, nada especial —mintió, odiándose al instante por ello—. Mucho trabajo pendiente, ya sabes.
La mentira por omisión le dejó un sabor amargo. Colgó el teléfono sintiéndose eufórica por la llamada y culpable por su secreto. ¿Por qué era tan difícil? Ver a Alexis nunca había sido un problema. Pero ahora, la idea de estar en el mismo espacio que él, con su paz familiar y su historia compartida, se sentía como un paso atrás, justo cuando ella solo quería correr hacia adelante con Jared.
Llegó el viernes. El día antes de la barbacoa. Mientras estaba en una llamada de trabajo, le entró un mensaje de su Valeria, la emprendedora de carácter fuerte.
Valeria: ¡Qué ganas de desconectar! Nos vemos mañana en lo de Dani, ¿no? Necesito una copa de vino y cero estrés.
Isabel miró el mensaje. La habían acorralado. Ya no era una pregunta de Daniela, era una certeza de su círculo de amigas. Ya no podía esconderse. La evasión había llegado a su fin. Tenía que levantar el teléfono y tomar una decisión. Ahora.
Es viernes por la tarde. La presión es máxima. La mentira por omisión se siente pesada y la situación es insostenible. Ya no puede posponerlo más.
Isabel miró la pantalla de su teléfono, los mensajes de sus amigas formando un cerco digital a su alrededor. Se sentía atrapada. Podría inventar una excusa. Sería lo más fácil. Podría mentir y comprarse un fin de semana de paz, sola en su burbuja con el recuerdo de Jared.
Pero, ¿qué clase de paz sería esa? Una paz construida sobre una mentira, frágil y cobarde.
Siete años. Siete años le había costado reconstruirse, aprender a no esconderse, a no hacerse pequeña para complacer a otros. ¿Iba a empezar a hacerlo ahora? ¿Justo cuando había conocido a alguien que parecía verla y valorarla por ser exactamente quien era?
No.
La decisión se cristalizó en su mente, no con alegría, sino con una especie de calma resuelta. Iría a esa barbacoa. Vería a Alexis. Sonreiría, hablaría, y demostraría —más a sí misma que a nadie— que su pasado y su futuro podían coexistir en el mismo universo sin que ella se rompiera.
Con un movimiento decidido, buscó el contacto de Daniela y pulsó el botón de llamar.
—¡Isa! ¡Hasta que por fin! —respondió la voz alegre de su amiga.
Isabel forzó una ligereza que no sentía. —Dani, mi amor, ¡hola! Oye, perdona que no te había respondido, he tenido una semana de locos, de verdad.
—Te entiendo perfecto. Pero dime que sí, dime que sí...
—Sí, claro que sí —dijo Isabel, y las palabras salieron más firmes de lo que esperaba—. Apúntame para mañana. Me encantará veros a todos.
—¡Ayyy, qué bien! ¡Perfecto! —exclamó Daniela, y Isabel pudo oír su sonrisa a través del teléfono—. Ricardo ya estaba diciendo que no sería lo mismo sin ti. ¡Nos vemos mañana entonces! Un beso.
—Un beso, Dani.
Colgó el teléfono y se quedó mirando por la ventana. No sentía alivio. Sentía el peso de la decisión. Era lo correcto, estaba segura, pero eso no lo hacía más fácil. Su mente voló inevitablemente a Jared. ¿Debería decirle? "¿Qué tal tu finde?" "Ah, pues voy a una barbacoa en casa de unos amigos, donde estará mi exnovio, el hombre que me ayudó a superar mi divorcio y con quien estuve tres años". Sonaba a locura.
Decidió que no. Era su batalla, no la de él. Mañana se enfrentaría a su pasado. Y lo haría sola.