El gran salón del Club de Yates era un mar de blanco y diamantes. Cientos de las personas más influyentes de la ciudad se movían entre las mesas elegantemente vestidas, sus conversaciones un murmullo sofisticado bajo el brillo de las lámparas de cristal. La brisa del mar se colaba por las terrazas abiertas, mezclándose con el aroma de los lirios blancos y el perfume caro. Era un mundo de lujo, poder y sonrisas perfectamente ensayadas.
La entrada de Isabel y Jared fue una declaración de guerra silenciosa. Cuando aparecieron en el umbral, tomados del brazo, un micro-silencio recorrió el salón. Isabel, con su vestido verde esmeralda que rompía audazmente el código de vestimenta blanco, era una joya exótica en un campo de nieve. Jared, a su lado, con su esmoquin impecable, no era solo su acompañante; era su centinela. Caminaron a través del salón con la cabeza alta, conscientes de las miradas, de los susurros, de las cabezas que se giraban a su paso. Eran la pareja del momento, el escánda