Pasaron dos semanas de una paz casi irreal. Dos semanas en las que Isabel y Jared se dedicaron a construir los cimientos de su futuro, visitando casas los fines de semana y disfrutando de una rutina de pareja que se sentía tan sólida como si llevaran años juntos. La amenaza de Eleonora y Lidia se había convertido en un ruido sordo, un eco lejano que, aunque presente, no lograba perturbar la felicidad de su presente.
La calma se rompió un martes por la tarde. Un mensajero entregó en la casa de Isabel un sobre grande, de un color marfil tan grueso y opulento que casi parecía una declaración en sí mismo. En la esquina superior izquierda, grabado en oro, el escudo de la Fundación De la Torre.
Con el corazón latiéndole con una fuerza sorda, Isabel rompió el sello de cera. Dentro, una invitación.
Eleonora de la Torre y el patronato de la Fundación se complacen en invitarle a usted y a su acompañante a la Décima Gala Benéfica Anual...
Isabel no necesitó leer más. Era una citación, no una inv