La invitación de Jared para el martes por la noche fue una sorpresa. No propuso un restaurante, sino algo mucho más íntimo. "He estado pensando...", le dijo por teléfono el lunes, "...y creo que esta noche merecemos un poco de tranquilidad. ¿Qué tal si cocino yo?".
Isabel aceptó, sintiendo un nudo de nervios y emoción.
Llegó a su casa a las seis en punto, una hora más temprana de lo habitual, lo que le daba a la cita una sensación más doméstica, menos formal. Él la recibió en la puerta con un beso que sabía a certeza y la guio a la cocina, donde una sinfonía de aromas ya estaba en el aire.
—Casi listo —dijo él, señalando con una copa de vino hacia una sartén donde un filete de salmón se doraba a la perfección junto a unos espárragos trigueros—. Solo falta el toque final del risotto.
Mientras él se movía por la cocina con la confianza de un chef, Isabel se apoyó en la isla, observándolo. Era un Jared diferente al que había visto hasta ahora: concentrado, creativo, en su elemento. Durant