Isabel terminaba su jornada laboral con una sonrisa. Tenía una cita con Jared. No era nada especial, y eso era precisamente lo que la hacía perfecta: una cena tranquila en su casa, una botella de vino, la comodidad de su compañía. Su nueva y maravillosa normalidad.
Él debía llegar a las siete y media. A las ocho menos cuarto, aún no había llegado, y no le había escrito, lo cual era muy raro en él. Isabel sintió una pequeña punzada de inquietud, pero la apartó. Estaría atrapado en el tráfico.
Cuando el timbre sonó a las ocho y diez, corrió a abrir con una sonrisa de alivio. Pero la sonrisa se desvaneció al verlo.
Jared estaba pálido, agotado. Llevaba el nudo de la corbata aflojado, la camisa ligeramente arrugada y unas ojeras que ella no le había visto nunca. La sonrisa que le dedicó era una imitación cansada de la suya.
—Siento el retraso —dijo, su voz era un poco más áspera de lo normal. Entró y le dio un beso, pero fue un beso distraído, automático.
—Jared, ¿estás bien? —preguntó el