Isabel comió lentamente, saboreando cada bocado como si fuera una medicina. El gesto de Jared la había conmovido hasta lo más profundo. A la una y cincuenta y nueve, su corazón empezó a latir con un ritmo ansioso y expectante. Miró el reloj de su teléfono. A las dos en punto, exactamente, la pantalla se iluminó con su nombre.
Respiró hondo y contestó, preparada para una conversación suave y llena de disculpas.
—Hola —dijo, su voz era queda.
—¡Isa! —La voz de Jared al otro lado no era ni suave ni apologética. Estaba cargada de una energía eléctrica, vibrante, de pura euforia. Era un hombre que acababa de ganar una guerra.
Isabel se quedó desconcertada. —¿Jared? ¿Estás bien? Suenas...
—Estoy mejor que bien. Estoy increíble —la interrumpió, y pudo oír la risa en su voz—. Lo siento, sé que te dije que llamaría para hablar de lo de anoche, y lo haremos, te lo prometo. Pero acaba de pasar. Hace cinco minutos.
—¿El qué? ¿Qué ha pasado?
—¡Lo conseguimos! ¡La fusión se cerró! ¡Aceptaron nuestr