Cuando llegó a su santuario, la sensación era distinta a la de otras veces. La casa no se sentía como un refugio contra el mundo, sino como un nido para proteger un secreto precioso. Cerró la puerta, dejando el mundo fuera, y se apoyó en ella, con los ojos cerrados y una sonrisa boba en los labios.
Ignoró el teléfono. Ignoró las posibles consecuencias de su huida de la noche anterior. Este momento era solo suyo.
Puso una playlist de música suave, esa que casi nunca escuchaba, y se sirvió una copa de vino blanco bien frío. Caminó descalza por su casa, tocando las superficies lisas de sus muebles, pero su mente estaba en otro lugar. Estaba en el parque, reviviendo el roce de sus manos, la intensidad de su mirada, el murmullo de su voz preguntando "¿Puedo?".
Decidió darse el lujo de un baño. Llenó la bañera con agua caliente y sales de lavanda, creando montañas de espuma. Se sumergió en el calor, con la copa de vino en el borde, y el vapor empañando el mundo. Por primera vez en mucho tie