📍 Moscú — Piso franco, medianoche
El cuarto olía a cigarro rancio y vodka olvidado. Greco entró primero, con el abrigo aún cubierto de nieve. Tiró los guantes sobre la mesa y se dejó caer en la silla de madera. Su respiración era pesada, como si hubiera corrido kilómetros, pero lo que lo consumía no eran las piernas: era el corazón.
Se frotó el rostro con las manos, desesperado.
—No me recuerda… —murmuró con la voz quebrada—. Me miró como a un extraño, Dante… ¡como a un maldito ladrón!
Dante lo observaba de pie, los brazos cruzados, con esa mezcla de hermano y guardaespaldas que nunca lo abandonaba.
—Greco… —dijo con calma, aunque le dolía verlo así—. Arianna tiene la memoria rota. No es culpa tuya, ni de ella.
Greco golpeó la mesa con el puño sano, haciendo saltar las colillas apagadas.
—¡La vi reír con él! ¡Lo llamó esposo! —sus ojos azules estaban inyectados en sangre—. ¿Y si lo cree de verdad? ¿Y si… si en su cama también…?
Morózov se levantó del sillón oscuro, con un cigarro ent