La infiltración de Marco (sigilo, observación, tensión)

La ribera estaba empapada. El río respiraba oscuro, como un animal viejo que no quiere dormir. El viento traía un olor mezcla de sal, óxido y gasoil. Entre hileras de contenedores rojos y azules, el galpón de Vittorio se alzaba como una boca cerrada con dientes de hierro: portones, rejas, cámaras en las esquinas y un par de grúas ancladas con cables como venas tensas.

Marco dejó el coche a tres cuadras, apagó el motor y siguió a pie. Tenía el cuerpo en tensión, pero la mente fría. Ajustó la capucha, comprobó el cargador de la pistola, palmeó el cuchillo en la bota y el otro, plano, en la muñeca. Se pegó a la pared costrosa de un hangar, avanzando por la línea de sombra que dejaban las lámparas de sodio.

Un gato cruzó entre chatarra; un tambor vacío rodó con el viento y golpeó una baranda con un clang hueco. Marco se detuvo. Ojos arriba: dos cámaras con leds rojos. Contó el giro, midió el barrido. Un truco viejo: cuando la primera