C90: No voy a detenerme.

Azucena levantó lentamente la mirada, como si las palabras de Askeladd hubieran encendido en ella una chispa de incredulidad. Sus ojos, que habían permanecido bajos, se encontraron con la figura erguida del Alfa frente a la ventana.

No pudo evitar mirarlo con asombro, con esa esperanza que lucha por abrirse paso en un corazón que ha conocido demasiadas decepciones. Él no parecía estar hablando en vano; lo veía con los hombros sólidos, la espalda recta y los ojos en el horizonte como si su decisión ya estuviera grabada en piedra.

—¿Lo va a matar, mi señor? —cuestionó ella de repente.

Askeladd desvió un poco el rostro, lo suficiente para que Azucena pudiera contemplar el filo acerado de su mirada. No mostró la menor señal de orgullo o de piedad; simplemente habló con la serenidad de quien no necesita levantar la voz para que cada sílaba pese como un juramento.

—No lo estoy haciendo por ti —replicó con frialdad—. No lo hago por lo que me has contado, ni tampoco para salvar a los elfos,
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