Azucena alzó la mirada, dudosa.
—¿Cree que podrá hacerlo? —preguntó con intriga.
—¿Acaso dudas de mi fuerza, loba? —gruñó Askeladd—. Es un simple collar de hierro. Según tú, funciona como un sello para suprimir gran parte de tu don. Sin embargo, no creo que sea indestructible. Así que lo haré, y no seré cuidadoso. Probablemente te lastime.
Azucena tragó saliva. La sola idea de liberarse de ese maldito collar que le había puesto Milord, la llenaba de un regocijo indescriptible.
—Con tal de que me quite este collar, yo soportaré lo que sea —manifestó la loba.
Askeladd no perdió más tiempo.
En cuanto aplicó fuerza al collar, intentando forzarlo con una mano poderosa, como si fuera un simple grillete de hierro ordinario, algo inesperado ocurrió. En lugar de abrirse, el collar reaccionó como si tuviera voluntad propia. Los símbolos inscritos a lo largo del anillo metálico brillaron brevemente, emitiendo un destello pálido, y acto seguido el collar comenzó a contraerse violentamente.
Azucen