C8: Quiero que me lo demuestres.

En ese momento, Azucena no era la misma figura marchita y deshecha que había llegado a aquel lugar. Su cuerpo había sido lavado con esmero, sus cabellos desenredados y peinados con paciencia, su piel frotada hasta que la suciedad dio paso al resplandor pálido de una belleza dormida. Vestía ahora un atuendo sencillo pero digno, y sobre sus hombros caía un manto de piel para resguardarla del inclemente clima de Sterulia, donde el frío calaba hasta los huesos y la nieve parecía perpetua.

Ragnar, serio como siempre, fue quien la guió por los pasillos hasta el gabinete de Askeladd. Cuando llegaron a la puerta del gabinete, Ragnar la abrió con una ligera reverencia.

—Gran Alfa, le he traído a su invitada. Se ha hecho todo tal y como lo ordenó —anunció el Beta.

—Haz que pase y retírate —impuso Askeladd, a lo que Ragnar hizo que Azucena cruzara el umbral y luego se marchó.

Askeladd estaba de pie junto a una enorme estantería tallada en roble negro, mientras que sus dedos recorrían los lomos
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