C151: Pagarán justos por pecadores.
El Gran Pabellón se convirtió en un hervidero de voces, pasos apresurados y rostros tensos. Todos estaban movilizados en una misma dirección: encontrar a Azucena. Sirvientes, guardias y soldados recorrían sin descanso los corredores, las escaleras, los patios internos, cada recoveco donde pudiera ocultarse, pero la loba no aparecía. El desconcierto se extendía como un veneno, calando en cada rincón de la residencia real.
Beatriz, al enterarse de lo ocurrido, no tardó en sumarse a la búsqueda. Para ella resultaba incomprensible que Azucena hubiese desaparecido así, sin dejar rastro alguno. La había acompañado, la había visto entrar a los aposentos del rey, y luego se había retirado a su propia habitación de servicio. No podía aceptar que en un lapso tan breve algo tan grave hubiera sucedido. Esa idea la inquietaba profundamente, y mientras corría junto a los demás por los pasillos del Gran Pabellón, trataba de comprender qué había pasado en ese intervalo que ella misma consideraba impo