La cochiquera vieja donde se juntaron no fue elegida solo por su poca luz, sino por la discreción que ofrecía dentro de una ciudad próspera: allí nadie esperaba ver conspiradores revestidos de rabia, porque Sterulia no era tierra de penurias. Cuando el mayordomo irrumpió en la estancia, su presencia apagó las últimas dudas. No era un hombre que hablase por pasión: su voz siempre fue mesurada, y esa noche sonó como la de alguien que ya había decidido de qué lado colocar la balanza.
—No he venido a juzgar a nadie —dijo, con la mirada clavada en los presentes—. He venido porque esto me afecta de cerca, porque la loba roja ha enquistado en la residencia algo que a muchos repugna, incluido a mí. Estoy aquí para decirles que puedo abrirles una puerta, ser su guía para llegar hasta ella.
No hubo discursos heroicos. Nadie habló de que lo hacían a cambio de pan ni de medicinas y mucho menos de oro; las quejas recorrieron otros carriles: la vergüenza de ver a la residencia del Rey Alfa adornada