C131: Primero los mataré a todos.

Las plazas de Asis dejaron de ser plazas y se convirtieron en anfiteatros de rabia. La gente también empezó a reunirse en torno a los molinos y a las puertas de los depósitos. Lo que comenzó como pequeñas filas reclamando raciones pronto mutó en huelgas. Cada oficio que se sumaba multiplicaba el volumen de la protesta; cada fábrica que paraba añadía manos vacías a la marea. Los manifestantes no eran masas anónimas: eran lobos y lobas con ojos enrojecidos por la fatiga, con garras y músculos tensos; cuando la noche caía, muchos se transformaban en bestias que aullaban la misma promesa de cambio en la penumbra, y esa doble naturaleza hacía las concentraciones más temibles y más decididas.

Las primeras respuestas del palacio fueron toscas y previsibles, como tropas del ejército que fueron enviadas a dispersar las concentraciones; emplearon porras, escudos y cadenas, empujando a la multitud para abrir corredores, rodeando a los líderes y arrestándolos en masa. No era solo la fuerza física
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