—¿Mejorar la economía de Asis? —replicó Milord con incredulidad, como si oyese una idea absurda—. ¿De qué hablas exactamente?
El Beta se tomó un segundo y midió sus palabras, sabiendo que lo que venía podía enojar a Milord.
—Me refiero a aliviar, en la medida de lo posible, la escasez que está golpeando al pueblo. A cortar, aunque sea un poco, ese hambre que se ha instalado en las calles y en las casas.
Milord arqueó una ceja con desdén y negó con la cabeza, incapaz de aceptar lo que escuchaba.
—¿Hambre? ¿Qué hambre? ¡Siempre han sido unos llorones! Se quejan por cualquier cosa. Llevan años viviendo así y no explotaron antes; ahora hacen tanto ruido como si fuera algo nuevo. No entiendo por qué ahora montan tanto alboroto.
—Precisamente por eso —intervino el Beta, urgentemente—. Porque no es algo nuevo: llevan años pasando penurias, y lo que vemos ahora son los efectos acumulados. La paciencia se les ha agotado. Si queremos evitar que esa rabia se vuelva irreversible, hay que actuar a