Al principio, mis pensamientos se congelaron. Esa respuesta suya, o más bien su falta de respuesta directa, me desarmó.
—Leonard, tú percibes el olor de las feromonas que ella emite cuando te ve —comenzó a buscar una explicación científica, como siempre. Luego dijo algo que no esperaba—: tú le gustas.—Ja, ja, ja... —no pude evitar reírme al recordar todas las veces que Clío me había rechazado y, lo peor, lo que me había hecho por la mañana. Me había retado a enamorarla, tan segura estaba de que no lograría hacerlo que tuvo el descaro de decírmelo. —¿Qué yo le gusto?—¿No es así? ¿No anda detrás de ti? —preguntó Richard, acostumbrado a mis quejas sobre las mujeres que me seguían y a los consejos que le pedía para deshacerme de ellas sin herirlas.&mda