Trato de enfocar mi vista en cualquier cosa: en las paredes desnudas del despacho, en el reloj que marca los minutos que se alargan, pero no puedo evitar sentir que, tal vez, a él realmente le pasa eso. Pienso por un momento en cómo lo veo; siempre lo encuentro nervioso, tratando de controlar sus sonrisas, hablando con voz firme y segura. Es un hombre complicado, un enigma que no se desvela fácilmente.
—Sí. Dice que va a ir a un psicólogo por lo que le pasa conmigo —le cuento mientras ella abre los ojos, sorprendida—. ¿Crees que sea verdad? ¿Crees que realmente le sucede algo de eso que dice cuando yo llego?—No lo sé, Clío, pero si nos ponemos a analizar los hechos... —empieza, adoptando ese tono que siempre utiliza cuando va a desmenuzar una situación—. A mí no me habían contratado, pero cuando él te escogió a ti, tú, reciénLúa se detiene. Su expresión se endurece y no hay ni un atisbo de diversión en su rostro.—¿Y si lo hace? —pregunta, clavándome la mirada y hablando con una seriedad que me descoloca—. ¿Qué vas a hacer, Clío?Su pregunta queda flotando en el aire, más densa de lo que hubiera esperado. Y, por más que intento evitarlo, no puedo dejar de preguntarme lo mismo. ¿Qué voy a hacer si, contra todo pronóstico, Leonard demuestra saber enamorar bien? Y, más importante aún, ¿qué voy a hacer si yo dejo que lo logre?—No lo hará, Lúa. Es un hombre lleno de palabras y desafíos, pero eso no significa nada —le contesto con un tono firme, aunque por dentro siento que mis propias palabras empiezan a flaquear.Ella no me responde de inmediato. Resopla, como si mi comentario no fuera suficiente para tranquilizarla, au
Después de la conversación que tuve con la señorita Clío en mi despacho, me he quedado realmente preocupado. No supe reaccionar a su reto; mi corazón parecía querer salir de mi pecho de tanto saltar, y ninguna idea coherente surgía en mi mente para poder responder a esta mujer que me enloquece. Tras pensarlo mucho, he decidido regresar a mi consulta de psicología, que había abandonado después de mi desilusión al darme cuenta de que, con el paso de los años, mi problema seguía sin resolverse. Hasta que apareció delante de mí, hace un año y seis meses, Clío. Mi problema se soluciona con solo olerla, pero con nadie más.Así que me armé de valor para regresar con mi amigo y doctor Richard. Estuve un rato detrás de la puerta antes de tocar dos veces. Escuché su voz invitándome a entrar y lo hice con cierto temor.&mdash
Al principio, mis pensamientos se congelaron. Esa respuesta suya, o más bien su falta de respuesta directa, me desarmó.—Leonard, tú percibes el olor de las feromonas que ella emite cuando te ve —comenzó a buscar una explicación científica, como siempre. Luego dijo algo que no esperaba—: tú le gustas.—Ja, ja, ja... —no pude evitar reírme al recordar todas las veces que Clío me había rechazado y, lo peor, lo que me había hecho por la mañana. Me había retado a enamorarla, tan segura estaba de que no lograría hacerlo que tuvo el descaro de decírmelo. —¿Qué yo le gusto?—¿No es así? ¿No anda detrás de ti? —preguntó Richard, acostumbrado a mis quejas sobre las mujeres que me seguían y a los consejos que le pedía para deshacerme de ellas sin herirlas.&mda
Richard, que ni siquiera había parpadeado durante mi exasperada confesión, de repente dejó de sonreír. Sus ojos se fijaron en los míos, bajó ligeramente los hombros y se inclinó hacia adelante, adoptando una actitud seria. —Vaya, Leonard… al fin entiendo que esto no es una broma —dijo con un tono apacible, pero había algo en su voz que indicaba que estaba valorando el peso de mi confesión—. Estás en serios problemas. Esa mujer... te va a hacer enloquecer. —Ya lo está haciendo, Richard —admití, dejando caer de nuevo mi peso sobre la silla. Me pasé las manos por el rostro, agotado, como si hablar de ella pudiera despojarme de energía—. Te juro que… no sé qué hacer. Me rechaza, me desafía, me ignora. Y aun así, todo en mí quiere más de ella. Richard dejó es
Leonard miraba a Clío con desesperación; ya no sabía qué más hacer para que ella lo aceptara. Por más que lo intentaba, ella parecía inmune a sus encantos. Su mirada fría y sus rechazos constantes lo desarmaban, pero esta vez había decidido ir con todas sus fuerzas. Con determinación, se puso de pie, rodeó el buró que los separaba y, con un ademán solemne, se arrodilló frente a ella. Clío lo observaba inmutable, como si aquella escena fuera una rutina más. Leonard tomó su delicada mano entre las suyas y, mirándola directamente a los ojos con una intensidad desgarradora, confesó:—Te amo, Clío. Clío arqueó ligeramente una ceja, su rostro permanecía sereno. Se quedó allí mirando a su jefe hasta que soltó un suspiro.—¿Por qué me dices eso, Leo? —preguntó con un tono neutral, sin el más mínimo indicio de emoción.—Porque eres hermosa —respondió Leonard, esbozando una sonrisa cargada de nerviosismo y esperanza.La decepción cruzó fugazmente los ojos de Clío, quien apartó su mano tras un
Clío salió de la oficina caminando a paso firme, aunque no pudo evitar sentir una mezcla de enojo y frustración bullendo en su interior. ¿Por qué Leonard insiste en estar detrás de mí, cuando es evidente que lo detesto? pensó, mientras empujaba la puerta de su despacho. Entró y fue directamente al dispensador de agua. Necesitaba calmarse. Sirvió un vaso de agua fría y lo sostuvo entre las manos, tratando de sofocar el calor que se acumulaba en su cuerpo, no solo por el enfado, sino también por ese pequeño y molesto nerviosismo que él lograba despertar en ella. —¿Volviste a rechazar al jefe? —preguntó Lúa, su mejor amiga y asistente personal, quien acababa de entrar, aún sosteniendo la carpeta de pendientes del día. —Sabes muy bien que no lo soporto —respondió Clío, dejándose caer en una silla con un tono cargado de frustración—. Se cree que todas las mujeres debemos caer rendidas a sus pies como si fuera un dios griego o algo así. Lúa entrecerró los ojos, analizándola con una son
Lúa ladeó la cabeza, analizándola con ojos perspicaces, pero decidió no insistir. La conocía demasiado bien y estaba convencida que su amiga creía eso que le decía. —Bueno, espero que algún día encuentres a tu Brayan —cedió con una pequeña sonrisa. Sin embargo, pronto su rostro se iluminó con picardía, y añadió, en un tono burlón—: A mí, que me dejen con uno como Leo. Su cuerpo me enloquece, y si no sabe hablar, no me molesta mucho. Lo que importa es el trabajo que hace en la cama, ja, ja, ja, ja... Clío soltó una carcajada sincera, negando con la cabeza. Pensando que su amiga no tenía remedio. —¡Grosera, nunca vas a cambiar! —dijo, aunque no pudo evitar que una sonrisa cruzara su rostro. Lúa siempre tenía ese don para hacerla reír, incluso en los momentos más tensos. —Nada de grosera —respondió Lúa, moviéndose por la oficina como si la conversación fuera lo más casual del mundo—. Eso lo dices porque nunca has probado el dulce como se debe. El día que lo hagas, estoy segur
La mirada de Jenri se detuvo un segundo en ella, seria y analítica, antes de responder con la misma cortesía, pero con una frialdad que parecía una barrera infranqueable. —No es necesario, señorita Lúa, pero muchas gracias por el ofrecimiento—dijo secamente. Clío levantó una ceja, observando de reojo cómo su amiga intentaba mantener la compostura tras la respuesta desalentadora. Sin darle demasiadas vueltas, Jenri añadió con profesionalismo: —Ahora, síganme, por favor. Mi jefe las está esperando. Una vez más, el asistente se adelantó, guiándolas con pasos firmes mientras ellas lo seguían en silencio. Lúa mordió el interior de su mejilla, resistiendo la tentación de soltar algún comentario para aligerar la incomodidad. Clío, sin embargo, no pudo evitar una pequeña sonrisa irónica en sus labios. —Deberías tomar notas de cómo lidiar con un bloqueo emocional —susurró con humor, inclinándose hacia Lúa mientras caminaban. —¡Oh, cierra la boca! —respondió su amiga, visibl