LEONARD:
Ambos corremos a colocarnos en el rango visible de nuestros padres, y sí, tienen los ojos abiertos. Mi mamá es la primera que, al vernos, nos sonríe.
—¿Leo? ¿Pequeño Ded...? —balbuceó mamá, casi inaudible. Avanzamos y le tomamos una mano cada uno. —Sí, mamá, somos nosotros, somos nosotros —le digo, apretando la mano que ella tomó. —Oh, Dios mío, ¿cuánto ha pasado que ya ustedes son unos hombres? —preguntó ella, desconcertada. Escuchar a mamá fue un pequeño rayo de luz en medio de toda la confusión y desconcierto, dentro de una tristeza visible en sus ojos. Aunque susurrante, su voz nos llenó de alegría. David, a mi lado, parecía más vulnerable de lo habitual. Dejaba que su mano temblara, agarrada a la de mamá, mien