LEONARD:
El peso dentro de mi pecho era insoportable. Podía sentirlo, un puño apretado, haciéndome difícil respirar. La mirada de mamá me perforaba; no necesitaba que gritara ni que me insistiera. Estaba calmada, firme, y eso lo hacía peor. La urgencia con la que hablaba era una sentencia irreversible.
—Fue ella, hijo —respondió mi madre, tomando mi mano—. Ella tomó a los embriones. —¿De qué hablas? —pregunté, aunque mi garganta se apretó recordando lo que había dicho Elliot. Mi mirada se movía entre papá y mamá, buscando una señal que me ayudara a resolver este nuevo problema. Papá, demasiado tranquilo para alguien que se supone debía estar molesto, o al menos afectado. Pero él solo escuchaba. Observaba. Y hablaba lo justo para mantener todo bajo control. Yo, por mi parte,