El sonido de la puerta al deslizarse reveló un pasaje estrecho iluminado con débiles luces amarillas que parpadeaban cada ciertos segundos. La atmósfera estaba cargada de electricidad. Miré a Enrico de reojo, esperando que dijera algo, pero él solo señaló hacia adelante, como si la acción hablara por sí sola.
Avanzamos en fila, tratando de no hacer ruido. Mi corazón latía con fuerza, pero intenté calmarlo. Todo dependía de mantener la calma y seguir adelante. Martín iba detrás de mí, con movimientos tensos, listo para enfrentar lo inesperado. Susan iba tras él; aunque silenciosa, era evidente que en cada gesto registraba cada detalle a nuestro alrededor. —¿David? —susurré por el auricular—. ¿Puedes ver algo más desde arriba? —Sí… pero no mucho —respondió