La pequeña cafetería en una esquina de la ciudad estaba lejos de la sede central, oculta entre callejones y una librería antigua. Alina eligió ese lugar a propósito. Un sitio tranquilo, protegido y... alejado de la mirada de cualquiera.
Ella ocupaba la silla más apartada y se sentó en el rincón, sus dedos golpeando suavemente la taza de café ya fría. Su cabello suelto, un maquillaje sutil cubría un rostro que parecía tenso desde la mañana. La puerta tintineó. Zack entró con una chaqueta de cuero negra. Su mirada capturó inmediatamente la figura de Alina. Alina evitó esa mirada. —Llegaste tarde —dijo con voz seca. Zack se sentó sin decir palabra. Durante un momento no hubo sonido, salvo el tintinear de una cuchara y el suave jazz desde unos altavoces en el techo. —No sé por dónde empezar —dijo Zack por fin. Alina lo miró con frialdad. —Si solo vienes a pedir perdón, ya estoy harta y asqueada —respondió cortante. —No vine a pedir perdón. Vine a... ser honesto. —Zack bajó la mirada unos segundos, asegurándose de que era el momento adecuado para ser sincero sobre lo sucedido. Alina cruzó ambos brazos sobre su abdomen. —¿Crees que ser honesto puede curar la herida que dejaste? —la miró con desdén, mientras apoyaba las manos sobre la mesa—. Tres años, Zack. ¿Recuerdas? Después de aquella cita, desapareciste como sombra. Ni un solo mensaje quedó para mí. Zack exhaló con cansancio. Sus ojos reflejaban agotamiento. En silencio maldijo su propia estupidez. —Aquella noche... supe que mi madre estaba gravemente enferma. Debía volver de inmediato. Había un conflicto enorme en mi familia del que no pude arrastrarte. —Ni siquiera me diste opción —interrumpió Alina, visiblemente decepcionada. —Quise que permanecieras limpia de todo. Pensé... podría regresar y recogerte luego. Pero la vida no es tan fácil, Alina. —La culpa empezó a dominar la voz de Zack. Alina miró por la ventana. La lluvia empezó a caer. Suave, pero penetrante. —No te esperé, Zack —susurró—. No esperé que volvieras. Esas palabras dejaron a Zack en estado de shock, sin siquiera enfadarse. Porque su amor por Alina seguía ardiendo intensamente. —Lo sé. Pero mi corazón siguió buscándote. Alina soltó una risa amarga y tenue. —Lástima que ya no soy esa chica que puedes buscar y poseer cuando quieras. Zack la observó durante un largo instante. —Lo veo. Has cambiado. Eres más fuerte. Más... fría. Hubo un silencio de unos minutos; Alina luchaba internamente. —No tienes idea de lo que viví, Zack. —Sus ojos comenzaron a llenarse. —Por favor, cuéntamelo. Quiero saberlo —Zack no buscaba reabrir viejas heridas, simplemente sentía curiosidad por la verdad. Alina lo miró directamente. Una parte de ella quería gritar, golpearlo, soltar toda su ira. Pero otra parte solo deseaba... silencio. —Si realmente quieres saber —dijo en voz baja—, viví una vida que nunca imaginé. —Tomó aliento entrecortado, sus labios pesaban al hablar, sus ojos llorosos retenían la pena—. Fui vendida, Zack. Convertida en mercancía. Zack se quedó paralizado. Se notaba su sorpresa, pero guardó silencio, escuchando la voz frágil de Alina. —Y no lo lamento —continuó rápidamente—. Porque gracias a eso soy quien soy ahora. —No lo entiendo, Alina. Fuiste vendida, pero pareces exitosa —susurró Zack casi sin aliento. Ella lo miró a los ojos con intensidad. —Me convertí en la amante de un hombre que me dio una nueva vida. Educación, carrera, poder. Todo lo que hice... fue para sobrevivir. Zack cerró los ojos. La ira latía con fuerza en su pecho. No podía aceptar que la mujer que amaba fuera una compañera de otro hombre. —¿Quién es ese hombre? —su voz cambió, cargada de celos reprimidos. Alina guardó silencio. No quiso responder. Tenía miedo de que, si mencionaba un nombre, todo colapsaría. Sabía que el señor Aaron era muy influyente entre empresarios y temía que su relación fuera descubierta por la esposa legítima de ese hombre. —No necesitas saberlo. —Por favor —insistió Zack—. Debo saber... ¿ese hombre te amó de verdad? —Buscaba certeza. Alina asintió lentamente. —Sí. Y eso es lo que lo hace todo... más complicado. Zack bajó la mirada. Su mano apretó la mesa con fuerza. Su respiración sonó áspera, pesada, sofocante, como si hubiera cargado cien toneladas. —Llegué tarde —dijo con voz apagada, llena de desesperanza. —Ya es demasiado tarde —Alina reafirmó con decisión. Pero continuó: —Y regresaste. Abriste una herida que con tanto esfuerzo cerré. ¿Por qué, Zack? ¿Crees que podemos volver a ser como antes? —No lo sé —murmuró Zack—. Pero sé que mis sentimientos por ti no han muerto. —Se atrevió a tomar la mano de Alina entre sus dedos. Alina lo miró con intensidad. Sus ojos se encontraron. Zack percibió una mentira en su mirada. Porque su expresión aún parecía igual que antes. Alina empezó a temer que él pudiera leer su corazón. Su mano tembló al intentar retirar el contacto. —¿Sabes qué duele más? —dijo con voz temblorosa—. Yo... todavía te amo, Zack. Y en ese instante, su mundo se detuvo. Sin palabras, sin promesas. Solo la mirada de dos corazones heridos que se buscaban. . Afuera, la lluvia caía con fuerza. Zack acompañó a Alina hasta su coche. Antes de cerrar la puerta la detuvo con su mano. —Esta vez no me iré —dijo con convicción—. Pase lo que pase, permaneceré a tu lado. Alina solo lo miró profundamente. —No sabes a lo que te enfrentas, Zack. Zack esbozó una leve sonrisa. —Entonces déjame descubrirlo. Poco a poco. Alina no respondió. Subió al coche, cerró la puerta y partió. Zack permaneció bajo la lluvia, dejando que lo empapara. Observó el auto de Alina hasta que desapareció de su vista. Pero no lo sabía: al otro lado de la calle... un hombre en un auto negro lo observaba desde hacía rato. Sus ojos eran penetrantes. Su mano apretaba con fuerza el volante. Sin decir palabra, encendió el motor y siguió al coche de Alina en silencio. No era el señor Aaron, ni alguien de su entorno. Era un hombre del pasado... que aún no había terminado.