Sofía
La llamada llegó un martes cualquiera.
Uno de esos martes en los que el café no sabe a nada y los correos electrónicos parecen multiplicarse como Gremlins después de medianoche.
—Sofía… —la voz de Clara, mi antigua mentora, sonó como un disparo suave al otro lado del teléfono—. Hay una oportunidad en Ginebra. Es grande. Y te quieren a ti.
Al principio, creí que estaba bromeando.
Después, creí que había escuchado mal.
Y luego, simplemente me quedé en silencio, con la cucharita del café suspendida en el aire y el corazón latiéndome en la garganta.
—Es el proyecto de tu vida —añadió ella—. Fondo para Mujeres Refugiadas. Dirección regional. Tú lo soñaste, ¿recuerdas?
Sí. Lo recordaba.
Cada palabra.
Cada noche de insomnio en la que pensé que quizás, algún día, podría tener una voz en algo más grande que yo.
Y ahora ese “algún día” tenía fecha.
Y pasaje de avión.
Y consecuencias.
Porque, claro, eso significaba dejarlo todo.
El refugio. La ciudad.
A Alexander.
Dios.
A Alexander.
Dormí