Sofía
El aire huele distinto cuando te vas de un lugar sin cerrar realmente la puerta.
A humo viejo, a recuerdos que no se evaporan, a palabras que siguen flotando sin permiso.
Han pasado solo tres días desde que dejé a Alexander frente a mi departamento, y cada uno ha sido una tortura silenciosa, de esas que no gritan pero te desgarran igual.
Me mudé a una casa pequeña en las afueras. Un lugar simple, casi anónimo, donde las paredes no llevan marcas de su voz ni las sábanas están impregnadas de su olor. Y aun así… lo siento. En cada rincón. En cada maldito silencio.
Intento convencerme de que fue lo correcto. Fue lo correcto. Porque cuando amas a alguien que vive con un pie en el fuego, no lo salvas abrazándolo más fuerte. Lo salvas soltándolo antes de que ambos se quemen.
Pero me estoy consumiendo igual.
—Sofía, ¿segura que quieres quedarte sola esta noche? —pregunta Lucía, mi hermana menor, al otro lado de la puerta de la cocina. Lleva días ayudándome con la mudanza, haciendo de ba