35

Alexander

Dicen que el tiempo lo cura todo.

Mentira.

El tiempo solo convierte las heridas abiertas en cicatrices con memoria.

Han pasado cinco días desde que Sofía se marchó. Cinco noches sin su voz. Cinco amaneceres donde mi cama es demasiado grande y mi pecho demasiado pequeño para contener todo lo que me está carcomiendo.

No saber dónde está me enloquece. Porque con ella no se trata solo de amor o deseo, se trata de esa maldita certeza de que, si algo le pasa, no podré sobrevivir a mí mismo. No después de haberla tenido entre mis brazos y no haber sido suficiente para convencerla de quedarse.

Pero anoche, su voz rompió el silencio.

Temblorosa. Rota.
“Necesito verte.”

Eso fue todo lo que dijo.

Y eso bastó.

La rastreé en menos de una hora. La ciudad era pequeña. Un agujero en el mapa donde nadie imaginaría que se esconde alguien como ella. Pero incluso entre calles desconocidas, sé encontrarla. Siempre supe.

Ahora estoy frente a su puerta.

No golpeo de inmediato. Me quedo ahí, sintiendo cómo mi corazón —ese idiota que se creyó inmune a todo— tamborilea como si estuviera por ver a un fantasma.

La puerta se abre antes de que siquiera toque.

Y ahí está.

Sofía.

Tiene el rostro pálido, los ojos con ese brillo salvaje que solo aparece cuando ha llorado y aún no ha terminado. Está envuelta en una bata gris y el cabello lo lleva atado en un moño que dice “no quiero hablar” pero sus ojos gritan “necesito que me mires”.

—Entrá —dice con la voz baja.

Lo hago. Por instinto. Por necesidad. Por puro impulso.

La casa es modesta. Nueva. Fría. No hay rastro de ella en las paredes. Como si aún no se permitiera echar raíces.

Nos quedamos parados en el salón. La distancia entre nosotros se siente como un océano. Y odio cada maldito centímetro de ella.

—¿Qué pasó? —pregunto. No doy rodeos. No puedo.

—Marco Santoro —responde—. Estuvo aquí anoche.

Mi sangre se congela.

—¿Qué demonios...? ¿Estás bien?

Ella asiente, pero es una mentira más flaca que mi paciencia.

—No me tocó. Solo vino a dar un mensaje. Un recordatorio de que el pasado sigue vivo. De que contigo, Alexander, el peligro no desaparece. Solo cambia de máscara.

Su voz es dura. No me mira. Y siento que algo en mí se parte.

—Te prometí que te protegería —le digo, dando un paso hacia ella—. Y lo haré, Sofía. No importa dónde estés. No importa quién se atreva a—

—¡¿Y si el problema no es quién se atreve sino por qué se atreven?! —explota. Su voz se quiebra, pero no se frena—. ¿No lo ves, Alexander? Ellos vienen por mí porque saben lo que tú no quieres admitir. Que tu vida, por más que lo intentes limpiar, sigue llena de sombras. Y esas sombras me alcanzan.

Me quedo en silencio. Porque sé que tiene razón. Y porque escucharla decirlo en voz alta es como sentir un cuchillo entrar lentamente.

—No quería que te lastimaran —musito—. Por eso me alejé. Por eso no fui tras de ti al principio.

Ella me lanza una mirada helada.

—No. No fuiste tras de mí porque estabas esperando que yo regresara. Como si fuera inevitable. Como si yo no tuviera elección.

—Porque vas a regresar —digo, la voz baja pero firme—. Porque esto, lo que sea que tenemos, no termina así. No con amenazas. No con miedo.

Ella da un paso hacia mí, los ojos brillando como brasas mojadas.

—Tú no entiendes, Alexander. No puedes amar a medias. No puedes protegerme desde lejos y seguir esperándome como si fuera una obligación.

—¡Y tú no puedes pretender que esto no te importa! —estallo—. ¡No puedes besarme como si fuera tu oxígeno y después correr como si yo fuera veneno!

Ella se detiene. Suspira. Y algo en su rostro cambia. No es rendición. Es dolor puro.

—Te amo. —Lo dice así, sin anestesia. Como una confesión a media noche. Como una promesa que no puede cumplir—. Te amo, Alexander. Pero no sé si puedo sobrevivirte.

Silencio.

Un silencio cruel.

Yo trago saliva. Nunca imaginé tener que defender mi amor como si fuera un juicio de guerra. Nunca pensé que mostrarle mis grietas sería más difícil que enfrentar a mis enemigos.

Pero lo hago.

—No sé si puedo sobrevivirme a mí mismo sin ti —susurro.

Ella parpadea.

—Cuando te fuiste, sentí que todo se detenía. Y no quise venir porque... porque tenía miedo. Miedo de que no me perdonaras. Miedo de que no me necesitaras. Miedo de que ya te hubieras convencido de que estabas mejor sin mí.

Doy un paso más, y ahora estamos tan cerca que puedo ver cómo late su cuello.

—Pero nunca estuve mejor sin ti, Sofía. Nunca.

Ella cierra los ojos. Una lágrima cae, lenta. La atrapo con mis dedos antes de que llegue a su boca.

—No puedo prometerte un mundo sin sombras —le digo—. Pero sí puedo prometerte que en cada sombra, estaré contigo. Que no volveré a dejarte sola. Ni con tus miedos. Ni con los míos.

Ella se estremece. Y por un segundo, creo que va a rendirse. Que va a dejar de pelear contra esto. Contra nosotros.

Pero se aparta. Apenas. Lo justo para no quebrarse.

—Necesito tiempo —susurra—. No para dejar de amarte, sino para aprender a amarte sin miedo.

Asiento. No porque esté de acuerdo, sino porque la entiendo.

Y cuando me doy la vuelta para irme, ella dice algo más.

—Alexander...

Me detengo.

—Lo nuestro no está roto. Solo está... en pausa.

La miro por encima del hombro. Y le sonrío, suave, con el corazón hecho cenizas.

—Entonces esperaré.

Y me voy.

No porque quiera. Sino porque esta vez, amarla también significa saber cuándo retroceder.

Continue lendo este livro gratuitamente
Digitalize o código para baixar o App
Explore e leia boas novelas gratuitamente
Acesso gratuito a um vasto número de boas novelas no aplicativo BueNovela. Baixe os livros que você gosta e leia em qualquer lugar e a qualquer hora.
Leia livros gratuitamente no aplicativo
Digitalize o código para ler no App