Alexander
Dicen que el tiempo lo cura todo.
Mentira.
El tiempo solo convierte las heridas abiertas en cicatrices con memoria.
Han pasado cinco días desde que Sofía se marchó. Cinco noches sin su voz. Cinco amaneceres donde mi cama es demasiado grande y mi pecho demasiado pequeño para contener todo lo que me está carcomiendo.
No saber dónde está me enloquece. Porque con ella no se trata solo de amor o deseo, se trata de esa maldita certeza de que, si algo le pasa, no podré sobrevivir a mí mismo. No después de haberla tenido entre mis brazos y no haber sido suficiente para convencerla de quedarse.
Pero anoche, su voz rompió el silencio.
Temblorosa. Rota.
“Necesito verte.”
Eso fue todo lo que dijo.
Y eso bastó.
La rastreé en menos de una hora. La ciudad era pequeña. Un agujero en el mapa donde nadie imaginaría que se esconde alguien como ella. Pero incluso entre calles desconocidas, sé encontrarla. Siempre supe.
Ahora estoy frente a su puerta.
No golpeo de inmediato. Me quedo ahí, sintie