32

Sofía

El viento frío de la mañana acaricia mi rostro mientras camino por las calles de la ciudad. No puedo evitar sentirme pequeña aquí, en un lugar que nunca he considerado hogar. Todo lo que quiero es desaparecer, dejar atrás lo que me persigue y encontrar un poco de paz. Pero el pasado no se desvanece tan fácilmente, y las sombras de lo que dejé atrás siguen acechando mis pensamientos, cada vez más cerca.

Me he esforzado por mantenerme ocupada. Trabajo en una pequeña tienda de flores, donde las flores y las plantas se convierten en mi refugio. En silencio, las cuido, las trato con esmero, como si pudieran curar las heridas que llevo dentro. Es una rutina sencilla, casi rutinaria, pero es lo único que me mantiene en pie. No puedo dejar que el miedo me controle, aunque el temor de que la situación empeore no me abandona.

Sé que debería haberme ido más lejos. Aún me arrepiento de no haberlo hecho antes. Podría haber comenzado de nuevo en otro lugar, sin recordar nada de Alexander, de mi vida pasada. Pero había algo en mí, algo que no pude ignorar, que me hizo quedarme. Tal vez era el miedo, o tal vez la esperanza absurda de que, algún día, las cosas pudieran ser diferentes.

Cada vez que me miro al espejo, me veo diferente. La mujer que era, la que se entregó sin reservas a Alexander, ya no está aquí. Esa Sofía fue una versión de mí misma que ya no existe, sepultada bajo capas de decisiones equivocadas y un amor que me consume. Pero a pesar de todo, todavía lo siento. Aún lo siento, y sé que él también lo siente.

Mi vida ahora es un constante juego de sombras. Todo lo que hice para alejarme de él no ha servido. Mi alma todavía está atrapada entre los recuerdos de sus brazos y el miedo de que su presencia, su amor, me haga perder todo lo que he logrado. No puedo permitirme ser vulnerable. No puedo arriesgarme a que me encuentre de nuevo.

El timbre de la tienda me saca de mis pensamientos. Levanto la mirada y encuentro a una mujer que no reconozco. Su mirada es fría, calculadora. La observo mientras se acerca lentamente al mostrador. Algo en su actitud me hace sentir incómoda, como si estuviera mirando a través de mí.

—¿Puedo ayudarte en algo? —le pregunto con voz tranquila, aunque siento que mi corazón late más rápido de lo normal.

Ella me observa un momento antes de responder, su mirada parece atravesarme.

—Sofía Morelli, ¿verdad? —Su voz es suave, casi susurrante, pero las palabras me hacen temblar. Es una frase sencilla, pero el modo en que la dice me hace recordar mi apellido, algo que he intentado dejar atrás.

Un escalofrío recorre mi columna vertebral. No puedo moverme, como si las palabras se hubieran quedado atrapadas en mi garganta. ¿Cómo sabe quién soy? ¿Quién diablos es esta mujer?

—¿Quién eres? —pregunto finalmente, mi voz temblando ligeramente, pero intento mantener la compostura.

Ella no responde de inmediato, solo sonríe con una leve curva de sus labios. Algo en su expresión me desconcierta, como si estuviera disfrutando del miedo que se empieza a formar en mi interior.

—Solo quiero decirte que… ya no estás a salvo aquí. —Sus palabras son simples, pero la amenaza subyacente es evidente. Mi corazón late con fuerza, y un nudo se forma en mi estómago. ¿Qué significa eso?

La mujer da un paso atrás y se va sin decir nada más. En cuestión de segundos, desaparece de la tienda. Me quedo allí, paralizada, con la sensación de que el suelo debajo de mis pies se ha desmoronado. ¿A qué se refería? ¿Qué está pasando?

Las horas pasan lentamente mientras mi mente sigue procesando las palabras de esa mujer. No puedo dejar de pensar en lo que dijo, ni en la forma en que me miró. Esa amenaza… ya no estoy a salvo aquí. Las palabras repiten en mi cabeza una y otra vez, como un eco que no puedo callar.

Sé que tengo que hacer algo, pero ¿qué? ¿A quién puedo confiar ahora? La decisión de alejarme de Alexander me ha costado todo. He luchado por mantenerme a salvo, por proteger a mi familia, por mantenernos lejos de todo esto. Pero ahora la amenaza es real. Está aquí, justo frente a mí, y ya no sé cómo salir de este laberinto.

No quiero arriesgar a mi familia. No puedo. Me queda una sola opción: debo irme. Pero ¿adónde? ¿Cómo escapar de una amenaza tan grande, tan oscura, que ni siquiera puedo ver?

Una parte de mí me grita que me quede, que espere a que todo pase, que tal vez Alexander vendrá a rescatarme. Pero otra parte, la más racional, la que me ha mantenido viva hasta ahora, me dice que no puedo esperar más. Ya no hay tiempo.

Decido que debo hacer algo antes de que sea demasiado tarde. No puedo quedarme quieta. Mientras la noche cae, decido empacar lo poco que tengo, lo imprescindible. Mi mente está en caos, pero la necesidad de proteger a los míos es más fuerte que cualquier duda que pueda tener.

Salir de la ciudad es la única opción. Debo poner a salvo a mi familia, alejarme lo más lejos posible de esta pesadilla. Y aunque una parte de mí aún desee volver a ver a Alexander, la otra sabe que no es posible. Ya no puedo volver a su mundo. Ya no puedo arriesgarme.

Con una última mirada al apartamento vacío, tomo la decisión. No hay vuelta atrás. A la mañana siguiente, me iré.

Mi corazón late con fuerza, pero también con determinación. Ya no puedo quedarme aquí. Necesito poner a salvo a los míos, aunque para ello tenga que dejarlo todo atrás una vez más.

El silencio de la noche me envuelve mientras me preparo para lo que viene. Estoy sola, pero la única certeza que tengo es que este es el comienzo de algo que ya no puedo detener.

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