23

Sofía

—¿Qué escondes, Alexander?

La pregunta me golpea de nuevo justo cuando dejo la taza de café sobre la barra de mármol. Él está en la ducha, o eso creo. Lo escuché cerrar la puerta del baño hace unos minutos, y el sonido del agua cayendo ha sido mi único testigo mientras mis pensamientos se enredan como hiedra enredándose en una reja oxidada.

Desde anoche no puedo dejar de pensar en esa mirada que me lanzó, en ese silencio cargado de todo lo que no se atreve a decir. Fuimos a ese lugar, su lugar, y por un instante pensé que estaba soltando el pasado, dejándome entrar. Pero no. Fue un espejismo. El tipo tiene una jaula en el alma, y solo me deja ver entre los barrotes… cuando quiere.

Y yo… yo me estoy rompiendo en el intento de entender qué es eso que lo encadena.

Camino por su departamento. Es elegante, sobrio, masculino. Como él. Todo en tonos oscuros, muebles de líneas rectas, alfombras gruesas, luces tenues. Pero esta mañana algo es distinto. Hay una tensión que flota en el aire como el humo de un cigarro que nadie recuerda haber encendido. Y no es paranoia. Es instinto.

Abro una puerta sin pensar demasiado, solo buscando algo que me distraiga de mis demonios mentales. Es su estudio. Nunca me ha dicho que no entre. Pero tampoco me ha invitado. La puerta nunca está cerrada con llave, pero siempre ha estado ligeramente entornada, como si fuera un aviso silencioso: “Aquí no.”

Hasta hoy.

El escritorio está impecable, como si jamás se usara. Pero hay una pequeña caja de madera oscura en una repisa alta. Y no sé por qué, pero mis pies se mueven antes que mi cerebro. Tomo la caja. Está más pesada de lo que imaginaba. No tiene cerradura. Solo una tapa corrediza.

Dudo.

Luego la abro.

Y ahí está. Una carta. Vieja. Doblada con precisión quirúrgica. El papel amarillento huele a tiempo. Y a perfume floral. Ligero, dulce. No es mío. No es reciente.

No debería abrirla.

No debería.

No debería.

Pero lo hago.

La letra es pulcra, redonda, femenina. Cada palabra escrita con tinta negra parece un susurro del pasado que nunca se apagó.

Alexander,

Nunca entendí por qué te alejaste sin decir adiós. Ni siquiera después de aquella noche. Sé que no eras tú. Sé que algo te estaba devorando por dentro. Yo solo quería sostenerte, no juzgarte. Pero te fuiste como si yo fuera parte del problema. Como si amarte hubiera sido tu error más grande. A veces sueño que vuelves, que me miras como aquella vez, antes de que el mundo se quebrara. A veces creo que aún te amo… y eso me asusta. Porque ya no debería.

Mis dedos tiemblan.

Y mi corazón también.

—¿Qué estás haciendo?

Su voz. Seca. Profunda. Atravesándome como un disparo en mitad del pecho.

La carta se me cae de las manos. No por culpa del susto. Sino por culpa del peso.

Me doy la vuelta, lento. Él está ahí. El cabello mojado, una toalla en la cintura, gotas resbalando por su torso definido. Pero nada de eso me afecta ahora. Lo que me atraviesa es su expresión. No es furia. Ni siquiera sorpresa.

Es algo peor: resignación.

—¿Quién era ella? —pregunto, sin rodeos.

—No tenías que leer eso.

—Pero lo hice.

Nos quedamos en silencio. Él se agacha, recoge la carta con una delicadeza que no le conocía. La dobla como si fuera de cristal. Como si tocara algo sagrado.

—No estás lista para saberlo —dice.

Y esa frase… esa maldita frase me prende fuego por dentro.

—¿Y tú cómo sabes lo que estoy lista para saber, Alexander? ¿Tú, que apenas y me das migajas de ti, que huyes cada vez que algo se vuelve real?

—Porque esto no es solo una historia. No es una ex. No es celos, Sofía. Es algo más… oscuro. Algo que no puedes manejar.

—¿Y tú sí?

Ahí está. El temblor sutil en su mandíbula. Su silencio no es debilidad. Es contención.

Camina hacia mí. Despacio. Como si yo fuera una bomba a punto de estallar. Pero en realidad, es él el que está al borde.

—Ella fue importante. No te voy a mentir —dice, bajando la mirada por un segundo—. Pero no es lo que piensas.

—¿Entonces dime qué es lo que pienso, Alexander? Ilumíname. Porque desde aquí parece que hay una parte de ti que todavía vive en el pasado. Que todavía ama a otra.

Sus ojos se levantan y me atrapan. Tan oscuros. Tan impenetrables.

—Yo no amo a nadie del pasado, Sofía.

—Pero no me dejas ser tu presente tampoco.

Silencio.

Y en ese silencio escucho todo lo que no puede decir. Todo lo que guarda como si al soltarlo, el mundo se partiera en dos.

Se acerca más. Ya no hay distancia entre nosotros. Solo electricidad. Y rabia. Y deseo. Y confusión.

—Te estoy cuidando —susurra—. A mi forma.

—¿Y quién te cuida a ti?

Esa pregunta lo golpea. No físicamente. Pero lo vi. En sus ojos. Como una grieta que se abre en el lugar exacto donde más duele.

—No necesito que me cuiden —responde.

—Mentira —susurro—. Estás tan jodido como yo. Solo que lo escondes mejor.

Nos quedamos ahí. Mirándonos. Desnudos, pero no de ropa. Desnudos de alma. Desnudos de coraje.

Él levanta una mano y me toca el rostro. El pulgar roza mi mejilla, con una ternura que no concuerda con la tormenta en sus ojos.

—No estás lista para saberlo, Sofía —repite.

Pero esta vez no suena a amenaza. Ni a evasiva. Suena a súplica.

—Entonces hazme estar lista —le respondo.

Y eso lo quiebra un poco más.

Se aleja. Rápido. Como si mi piel quemara. Como si se odiara por haberme dejado llegar tan cerca.

—No —dice. Bajo. Inquebrantable.

—¿Por qué?

Me mira por encima del hombro. La toalla sigue colgando de su cintura, pero en este momento, podría estar completamente vestido con una armadura. Es el mismo Alexander que vi al principio. El CEO frío. El hombre que no se inmuta.

—Porque si sabes todo... no vas a quedarte.

Y con esa frase, se marcha hacia su habitación. De nuevo, dejándome con más preguntas que respuestas. Con el corazón en un puño. Y con la certeza dolorosa de que Alexander Blackwood es un hombre partido en mil pedazos… y aún no confía en que yo sea capaz de sostenerlos.

Pero lo haré.

Aunque él no lo crea.

Aunque él me aparte.

Aunque él se niegue a decirme lo que su alma grita en silencio.

Porque yo…

Ya estoy enamorada del hombre detrás de los secretos.

Y eso… eso no puedo dejarlo ir.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP