Sofía
—¿Qué escondes, Alexander?
La pregunta me golpea de nuevo justo cuando dejo la taza de café sobre la barra de mármol. Él está en la ducha, o eso creo. Lo escuché cerrar la puerta del baño hace unos minutos, y el sonido del agua cayendo ha sido mi único testigo mientras mis pensamientos se enredan como hiedra enredándose en una reja oxidada.
Desde anoche no puedo dejar de pensar en esa mirada que me lanzó, en ese silencio cargado de todo lo que no se atreve a decir. Fuimos a ese lugar, su lugar, y por un instante pensé que estaba soltando el pasado, dejándome entrar. Pero no. Fue un espejismo. El tipo tiene una jaula en el alma, y solo me deja ver entre los barrotes… cuando quiere.
Y yo… yo me estoy rompiendo en el intento de entender qué es eso que lo encadena.
Camino por su departamento. Es elegante, sobrio, masculino. Como él. Todo en tonos oscuros, muebles de líneas rectas, alfombras gruesas, luces tenues. Pero esta mañana algo es distinto. Hay una tensión que flota en el air