Alexander
La madrugada aún no había cedido completamente a la luz cuando abrí los ojos. Me tomó unos segundos recordar dónde estaba… y con quién. El cuerpo cálido que había reposado junto al mío hasta hacía poco ya no estaba ahí, pero la sábana arrugada y el perfume suave que se impregnó en mis sentidos confirmaban que no había sido un sueño.
Sofía.
Mi caos. Mi paz.
Estaba en mi habitación, en mi cama, enredada conmigo. Había entregado más que su cuerpo: me ofreció su vulnerabilidad, su confianza. Y yo... yo me dejé caer.
No debería haberlo hecho. No con ella.
Pero lo hice.
Y ahora, tumbado en el borde del colchón, observando el amanecer que se filtraba por las enormes ventanas, sentí algo que no me gustaba: miedo.
Miedo de que aquello significara más de lo que estaba dispuesto a aceptar.
Miedo de lo que podría hacerle.
Miedo de lo que ya sentía.
Maldita sea.
Me levanté con cuidado para no despertarla, aunque ya había salido del cuarto. Pasé una mano por mi rostro. Necesitaba espacio