El aire se volvió denso días antes de que todo comenzara.
La primera noche, soñé con un bosque sin hojas, un cielo sin luna y una presencia sin rostro. Caminaba entre raíces negras que se retorcían como serpientes, y el viento susurraba mi nombre con una voz antigua. En el centro de aquel paraje, algo emergía de la tierra: una criatura sin piel, sin ojos, sin nombre… y sin alma.
Me desperté empapada en sudor, la respiración agitada y la sensación, persistente, de que aquello no era solo un sueño.
—Otra vez —murmuré, llevándome la mano al pecho. El colgante que me había dado Kian estaba helado.
Salí al exterior de la cabaña sin hacer ruido. Kian aún dormía, su respiración profunda, su cuerpo relajado. Pero el bosque… el bosque no dormía. Los árboles susurraban cosas que no podía entender, los animales callaban. Y la luna… estaba ausente.
Esa misma noche, llegaron los primeros informes.
—Una criatura atacó una patrulla del Clan Rauth —informó Nalia, su rostro tan pálido como la nieve de