El rugido de las trompetas rompió la quietud de la noche como un grito desgarrador. Desde el horizonte oscuro, miles de figuras emergían, sombras afiladas que avanzaban con la ferocidad de la tormenta. Las tropas de Elarian estaban aquí. La última guerra había comenzado.
No había lugar para el miedo, solo para la determinación. Mi pecho ardía con un fuego que nunca antes había sentido, un fuego lunar que quemaba con intensidad y claridad, guiándome. Kian estaba a mi lado, su mirada clavada en el enemigo, su postura firme y desafiante, un verdadero líder nacido en medio del caos.
—¡Por el amanecer! —su voz resonó como un trueno, despertando a los que dudaban—. No dejaremos que Elarian conquiste lo que amamos.
Sentí el latido de su corazón en mi cuerpo, la fuerza que irradiaba. Y supe que juntos éramos invencibles.
El campo de batalla se abrió ante nosotros, un abismo donde la luz y la sombra luchaban por el dominio. Me concentré en mi fuego interior, dejándolo fluir, como una llama sag