La emboscada no fue una sorpresa. Tenía la piel acostumbrada a la paranoia, y el instinto, afilado como una daga, me alertó demasiado tarde. El aire a mi alrededor se espesó, como si la misma oscuridad se acercara a devorarme. En un abrir y cerrar de ojos, sentí cómo fuerzas invisibles me arrastraban hacia un lugar que no era este mundo. El frío se filtró hasta los huesos y, cuando por fin abrí los ojos, me encontré encerrada en un plano oscuro, un vacío que no era vacío.
Las sombras no solo eran oscuridad; eran una presencia, casi tangible, que susurraba mis dudas y mis miedos. Allí, en ese abismo sin forma ni tiempo, la única luz venía de mi propia respiración entrecortada.
Intenté moverme, pero era como si una prisión invisible me sujetara. La desesperación comenzó a corroerme las entrañas mientras la voz —su voz— resonaba en mi cabeza, tan suave y letal como un veneno que se infiltra lentamente.
—Bienvenida, Lina —susurró la oscuridad—. Aquí no hay más que tú y tu verdad.
Y entonc