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El mundo crujía, y no por el paso de los días, sino por el peso de algo que se desmoronaba desde adentro.

Después del ataque de la criatura del Vacío, el aire cambió. El bosque ya no susurraba, ahora sus ramas gemían. El cielo se cubría de nubes incluso cuando no había tormentas, y el suelo… vibraba levemente, como si algo profundo despertara.

Los Ancianos no tardaron en confirmar lo que yo ya temía.

—Los sellos… —murmuró Enohar, el más antiguo de todos, con sus dedos temblorosos extendidos sobre un mapa milenario—. Aquellos que fueron colocados por los Primeros para contener los fragmentos del Plano Oscuro… están debilitándose.

La noticia cayó como una piedra en el centro de un lago. Las miradas en la sala se cruzaron, cargadas de preocupación, y de algo peor: impotencia.

—¿Cuántos? —preguntó Kian con voz grave.

—Tres ya muestran signos de corrupción —respondió otro de los sabios, sus ojos opacos como ceniza—. Uno ha caído por completo. Los otros… tiemblan.

Me incliné sobre el mapa. H
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