Arthur permaneció a su lado todo el tiempo, apoyándola con palabras suaves y sujetando con firmeza su mano.
—Estoy aquí, amor… lo haremos juntos.
—¿Juntos? ¡Nada de eso! —replicó ella, riendo entre una contracción y otra—. ¡El vientre lo tengo yo, y la que está pariendo soy yo!
Las horas parecían comprimirse. Entre los ánimos del equipo, las miradas emocionadas de María y las palabras dulces de Arthur, Zoe finalmente sintió que el momento había llegado.
—¡Zoe, ya veo la cabecita de Miguel! —avisó la partera, con voz firme y entusiasmada—. Cuando venga la próxima contracción, empuja fuerte… ¡ya está saliendo!
Zoe abrió los ojos, sintiendo la presión aumentar, y exclamó:
—¡Ay, Dios mío… siento que voy a hacer del baño! ¡No puedo más con tanta fuerza! ¡Arthur…! —dejó escapar un gemido entremezclado con una risa nerviosa— ¡Te voy a matar, Arthur! ¡Esto es culpa tuya! ¡Fuiste tú quien me dejó embarazada!
Arthur, aunque con el corazón desbocado, intentó mantener la calma y la sonrisa.
—Fuer