Esa noche, en la mansión de los Ferraz, el llanto de Clarisse resonaba por toda la habitación, agudo y angustiado, partiendo el corazón de quien lo escuchara. Arthur estaba en su silla de ruedas, con la bebé en brazos, meciéndola de un lado a otro. Ella tenía cólicos, se sentía incómoda y rechazaba cualquier intento de consuelo. No quería los brazos de la niñera, ni los de él. Solo quería a Zoe.
Él mantenía la voz baja, intentando transmitir calma, aunque la ansiedad le apretara el pecho.
—No llores, mi amor… papá está aquí. Mamá ya viene, mi vida… ya viene.
Arthur había intentado de todo: cambiarla de posición, masajearle la pancita, incluso tararear una melodía suave… pero nada funcionaba.
En el baño del dormitorio, Zoe terminó el baño a toda prisa. Al oír el llanto más fuerte de su hija, el corazón le dio un vuelco. Salió envuelta apenas en la toalla, el cabello aún goteando, y cruzó el espacio hasta la cama.
—Dámela, amor —pidió, extendiendo los brazos.
Arthur se la entregó, con l