Zoe llegó tomada de la mano de Arthur, ambos vestidos de blanco. Ella llevaba un vestido largo de encaje que abrazaba con ternura su vientre de siete meses. Él, con una camisa de lino y una sonrisa amplia, manejaba la silla de ruedas con ligereza y alegría. En el lugar, los invitados ya se habían dispersado por el jardín, y el recibimiento fue cálido: abrazos, besos y palabras de cariño celebrando junto a ellos ese momento tan esperado.
—Estoy nerviosa, Arthur. De verdad. —dijo Zoe, caminando de un lado a otro sobre el césped, acomodándose el vestido como si eso pudiera ayudar en algo—. En serio, mi vejiga está a punto de colapsar, mi corazón va a mil y estoy sudando en lugares donde una embarazada ni debería sudar.
Arthur sonrió, girando un poco la silla para seguirla con la mirada.
—Solo estás ansiosa. Respira, preciosa.
—¿Ansiosa? Amor, estoy a un paso de interrogar al piloto del avión para ver si él ya sabe el color del globo —replicó ella, con las manos en la cintura—. Y te lo ad