Desde el día en que Zoe decidió perdonar a Arthur y, de verdad, luchar por su matrimonio, la vida de ambos entró en una etapa más serena, madura y llena de conexión. Vivían lo que muchos llamarían una luna de miel, pero una luna de miel real: de esas en las que el amor no se idealiza, sino que se construye día a día, con paciencia, diálogo y presencia.
Nada volvió a ser igual después de aquel nuevo comienzo. Continuaron con la terapia de pareja, no porque estuvieran en crisis, sino porque aprendieron el valor de escucharse con profundidad. El diálogo y el respeto se convirtieron en la base de su relación. Claro, todavía discutían, a veces decían cosas que el otro no quería oír, pero jamás se iban a dormir sin antes reconciliarse. La madurez había sustituido al orgullo.
Arthur ya no ocultaba nada a Zoe. Aprendió a compartir, a hablar, a permitirle conocer no solo sus planes, sino también sus dudas y temores. Y Zoe, por su parte, se transformó en mucho más que una esposa: se convirtió e