Zoe apartó la mirada, sonrojándose levemente.
—Yo hice la mayor parte, ¿sí? Cleide solo me salvó cuando empecé a llorar cortando la cebolla... —dijo con una sonrisa tímida.
Arthur arqueó una ceja con picardía.
—Ajá… entonces si sigo vivo mañana, ya sé que puedo casarme de nuevo sin peligro.
Zoe soltó una carcajada, llevándose la mano a la boca.
—¡Idiota! —exclamó entre risas, aunque el rubor la traicionaba—. No seas tonto...
Él se inclinó un poco hacia adelante en la silla, con esa mirada que la dejaba sin aire.
—¿Quién dijo que estoy bromeando? Si la cena está así de buena… imagina el postre.
Zoe lo miró entrecerrando los ojos, intentando descifrar hasta dónde llegaba la broma y dónde empezaba la intención real. Sonrió, desconfiada.
—Tienes ese don irritante de decir las cosas como si fuera un chiste... pero siempre hay una parte de verdad, ¿no?
Arthur le dedicó una sonrisa media, de esas que decían todo sin necesidad de palabras.
—O quizá sea al revés... tal vez digo la verdad riend