En la madrugada del martes, algo distinto sucedió. Arthur, con ternura y un deseo contenido, supo exactamente cómo acercarse. Y Zoe cedió. Hicieron el amor — por segunda vez desde que habían vuelto. Fue intenso, silencioso, lleno de sentimiento. Luego se quedaron dormidos. Pero Arthur no logró conciliar el sueño por mucho tiempo.
El amanecer apenas despuntaba. Zoe dormía profundamente. La sábana cubría su cuerpo solo hasta la cintura, dejando al descubierto su espalda desnuda. Estaba recostada de lado, con el cabello suelto extendido sobre la almohada. Arthur, sentado en su silla de ruedas junto a la cama, la observaba en silencio. Sus ojos recorrían cada trazo de ella, y sus pensamientos escapaban sin permiso.
“No está siendo fácil... pero vale cada segundo. ¿Cuándo vas a perdonarme? ¿Cuándo vas a poder decirme que me amas? Extraño tanto eso.”
Con cuidado, se acercó más a la cama, ajustando los cojines ortopédicos para poder recostarse de lado. Apoyó la cabeza en una mano mientras co