Arthur miró a su alrededor como si ya no reconociera la casa que tanto amaba. El dolor en su rostro ahora se mezclaba con la rabia contenida.
Zoe, con la respiración entrecortada, se quitó el anillo con las manos temblorosas.
—Yo no voy a seguir con esto —dijo con firmeza—. El matrimonio se acabó.
Le lanzó la alianza contra el pecho. El metal hizo un sonido seco al golpear su camisa y luego cayó al suelo. Arthur observó la joya en el piso, mudo.
—Confiaba ciegamente en ti. Creí en ti —añadió Zoe, dándose la vuelta para salir.
Pero antes de que pudiera alcanzar la puerta, Arthur se movió.
—¡No! ¡No vas a irte así! —gritó, avanzando hasta la entrada del cuarto.
Se detuvo allí, bloqueando el paso, con los ojos vidriosos y el pecho agitado.
—¡Nuestra conversación no terminó!
Arthur intentó acercarse, pero ella retrocedió.
—Te amo, Zoe. Desde el primer momento en que te vi, supe que eras tú. Sí, fallé. Me odio por eso. Pero nunca volví a tocarla después de aquella noche.
Zoe negó con la ca