Sabrina se levantó, acomodó el bolso y sonrió.
—Ya verás que te hice un favor. Porque él siempre va a volver a mí, siempre va a tocar a mi puerta. Y yo, como siempre, no voy a impedir que entre. Mientras tú te negabas a acostarte con él, a darle un hijo, era conmigo con quien se desahogaba. Especialmente en tu viaje a Estados Unidos. Fue conmigo que hizo el tan soñado heredero. Mira, hasta te aplaudo… por aceptar semejante humillación —dijo Sabrina con un sarcasmo venenoso.
—Y yo te aplaudo a ti por ser tan poco amada que te conformas con ser “la otra” —replicó Zoe con una sonrisa fría, levantando la mano y mostrando la alianza—. Porque, aunque haya sido por conveniencia, fui yo —la mujer pobre y esforzada— la que él eligió para darle su apellido. Yo soy la señora Ferraz, no tú. Buenas noches, querida.
Con la cabeza erguida, Zoe la vio salir. Solo entonces cerró los ojos, permitió que el mundo se desplomara por unos segundos… y respiró hondo.
Todavía no sabía qué haría. Pero una cosa