Thor besaba su cuello, la clavícula, los pechos generosos, murmurando palabras ardientes al oído.
—Eres mía, Celina. Solo mía. Y hoy voy a hacerte olvidar el mundo.
—Thor… —gimió ella, completamente entregada.
Él la hacía sentirse poderosa, deseada, única. La tocaba con reverencia, pero también con hambre. Ella lo atraía, gemía su nombre, mordía sus labios. Allí estaban cuerpo, alma, sudor y promesas.
—Eres mi hogar, Celina. Siempre lo fuiste. Desde el primer beso. Desde aquel hotel. No sobrevivo sin ti.
Hicieron el amor con furia y ternura, con palabras obscenas y declaraciones suaves, con el cuerpo y el corazón. Y cuando el placer los alcanzó, con las frentes unidas y los ojos cerrados, Thor sostuvo su rostro y murmuró:
—Soy tuyo. De cuerpo, alma, vida y muerte. Y voy a pasar cada día de mi vida demostrándotelo.
Celina sonrió con lágrimas en los ojos.
—Ya lo sé. Siempre lo supe.
Aquella noche se redescubrieron. Fue más que una luna de miel. Fue la consagración de un amor que resisti