Emma habló:
—Tienes todo el derecho de decir lo que quieras, de herirme con tus palabras, de estar enfadada conmigo, lo sé. Pero la vida fue muy dura conmigo, con las decisiones que tomé…
Celina desvió la mirada.
—¿Quién era esa niña a la que usted salió corriendo a buscar en el restaurante?
Emma respondió entre lágrimas:
—Mi nieta…
—¿Entonces usted me dejó y luego tuvo otra hija o hijo y lo crió, es eso? ¿Solo se deshizo de mí? ¿Eso es?
—No, querida, ella es…
Celina no la dejó terminar; le apartó las manos y se levantó como si hubiera recibido una bofetada.
—¡Basta! ¡Yo no soy su hija! ¡No quiero escuchar nada más!
Emma se puso de pie, sollozando, desesperada.
—Por favor… dame una oportunidad de…
Celina la encaró, cortándole la frase.
—Nada justifica que una madre renuncie a un hijo. ¡Nada! Y yo no quiero escuchar más nada. Nunca voy a perdonarla. ¿Me oyó? Todo el sufrimiento que usted tuvo hasta ahora es poco.
Emma intentó tomarle la mano, pero Celina la retiró con fuerza.
—¡No me t