Al día siguiente, a la hora del almuerzo, Zoe estaba en el cuarto de la mansión de Thor, sentada en la cama con una bandeja al lado, donde había un plato con frutas cortadas. El celular, apoyado en un soporte, mostraba la videollamada con Arthur. El rostro de él, con ese sonrisita encantadora de siempre, aparecía desde el consultorio, trayendo para Zoe un poco de la presencia que tanto extrañaba.
—Amor, ¿puedes creer que el personal del hospital está organizando una despedida de soltero? —dijo él, como quien todavía no se lo cree.
Zoe detuvo el tenedor a medio camino.
—¿La doctora va también? —preguntó con un tono que mezclaba ironía y celos contenidos.
Arthur sonrió.
—Tranquila, linda. Es cosa solo de hombres. Y ni siquiera hay nada seguro. Ya dije que no quiero. Bastante lío hubo con la despedida de Thor. No quiero dolores de cabeza. Quiero casarme y quedarme pegadito a ti. Te extraño, preciosa.
Zoe suspiró, los ojos suavizados.
—Yo también, amor. Es raro despertar sin ti. Me acostu