Esa noche, Ava giró la llave y entró al apartamento de Gabriel. El aroma amaderado de su colonia aún flotaba en el aire, y el ambiente estaba cálido, acogedor.
Antes de cerrar la puerta, escuchó cómo se apagaba el agua en el baño y, segundos después, Gabriel apareció en el pasillo, secándose el cabello con una toalla. Solo llevaba un pantalón de chándal oscuro y la toalla sobre los hombros. Sonrió en cuanto la vio.
—¡Por fin! Estaba contando los segundos para que llegaras —dijo, acercándose para besarle la frente—. ¿Cómo fue tu día, mi racional favorita?
Ava sonrió levemente.
—Exhaustivo, pero productivo. ¿Y el tuyo? —preguntó, colgando el bolso en una silla.
—Pesado, pero sobreviví. Reunión con el equipo de investigación y, para colmo, un lío con un proveedor complicado —hizo una mueca divertida—. Pero ahora estoy de descanso. ¿Quieres relajarte? Pensaba cocinarte algo hoy.
Ava arqueó una ceja.
—Quedamos en preparar la cena juntos, ¿recuerdas? Tú también trabajaste todo el día. Y, po