Ya dentro del avión, Zoe miró por la ventanilla antes del despegue y murmuró:
—Mantente firme, doctor… que pronto vuelvo.
Esa noche, Isabela saboreaba un vino caro en su ático, el cristal de la copa reflejando las luces frías de la ciudad. Llevaba el labial impecable, la piel iluminada y un gesto sereno. Pero en sus ojos… ardía un odio antiguo.
Giraba la copa con movimientos lentos, como si preparara el escenario perfecto. El celular, apoyado sobre la mesa de vidrio, empezó a vibrar. Isabela contestó con frialdad.
—¿Ya llamaste hoy? —preguntó sin saludo alguno.
Al otro lado, la doctora dudó:
—Llamé temprano. No contestó. También le mandé mensajes… me ignoró.
Isabela rodó los ojos.
—Obvio, ¿no? Estaba con ella —dijo con desdén—. Pero sigue. Manda mensajes. Llama. Aparece en su despacho como quien no quiere la cosa. Hazte la distraída. Él tiene que sentir que aún existes. Y ella, empezar a desconfiar.
—Isabela… creo que no está funcionando. Se ven bien. De verdad. Todos en el hospital c