Arthur apartó la tabla de embutidos con un gesto rápido, dejándola en el suelo sin apartar los ojos de ella. Zoe sonrió, sintiendo cómo se le aceleraba el corazón.
—Cuidado, doctor… —bromeó ella, con la voz cada vez más baja.
—Ya no hay vuelta atrás, señorita Zoe. Estás atrapada conmigo en esta cabaña hasta nuevo aviso.
—¿Y cuál sería ese aviso?
Arthur la atrajo con suavidad hasta su regazo, dejando que sus manos la exploraran despacio. Besaba su nuca, los hombros, el rostro, mientras ella se entregaba a los escalofríos.
—Voy a mostrarte cuánto te amo. Incluso sin cruzar la línea.
Zoe asintió, entrelazando los dedos en su cabello. La forma en que él la tocaba era reverente, apasionada. Arthur besaba su vientre por encima del jersey, deslizaba las manos por sus muslos, murmuraba palabras atrevidas y dulces en su oído, y Zoe sentía que todo su cuerpo ardía.
—Voy a volverte loca hasta el altar —susurró él.
—Eso es tortura psicológica —gimió ella, riendo.
Los dos sonrieron juntos, pero el